por Jorge Jinkis
¡Cómo quisiera equivocarme! Pero no siempre sucede lo que uno quiere.
Hablo sólo por mí, por mi hartazgo. Cuando las miserias personales adquieren una realidad institucional, hay olor a podrido, aunque Dinamarca se llame Bahía Blanca. Señor Fiscal, tal vez es hora de decir que usted gana, aunque no la justicia, pero eso es un detalle administrativo.
Cumple, a mi juicio, un papel triste. La causa ha adquirido una dirección que resulta funcional a intereses sombríos. Las “desprolijidades” e “impericias” en las que abunda, son eufemismos para los que hay palabras que describirían mejor su abandono activo de una objetividad necesaria. Mañana dejará de ser útil, y es posible que eso adquiera la forma de una renuncia olímpica. Apreciará que le reservo uno de esos gestos ampulosos por los que tiene una extraña debilidad.
Cuenta con el sostén dudoso (pero no hay por qué ofenderse) de su superior inmediato en la ciudad, quien no se priva de decir que usted mantiene tratos con “fantasmas”.
Algún juez se permite incluir confesiones autobiográficas y agrega sarcasmos en sus fallos creyéndolos ingeniosos. La ley prevé este tipo de circunstancia, y queriendo resguardar la posibilidad de justicia y proteger la dignidad de los jueces dignos (que también los hay) conforma un tribunal tripartito.
Tiene soporte mediático en una barra vocinglera que, en sobreactuación indecente, como eco repite lo que la fiscalía “no puede impedir que se filtre”. Es penoso que se resguarden en el nombre de “periodistas” para mentir y difamar impunemente.
Le llueve del cielo un aliado que se introdujo en esta causa luego que usted “alejó” a los abogados de la viuda de Glasman. Si no lo ubica, es quien, refiriéndose a mí, dijo: “¿Quién le dió vela en este entierro?”. Se dará cuenta que la grosería importa menos que la voluntad de enterrar algo. Espero que la ayuda no sea suficiente.
Enumeradas sus fuerzas, cabría preguntar para qué las usa. No se necesita deducir nada: para atacar y perseguir a todos aquellos que han reclamado el esclarecimiento del crimen durante 6 años, familiares y amigos, y a sus abogados. Su animadversión abusiva es inadmisible, pero de una elocuencia categórica.
Que asunto tan serio y grave se haya convertido en ocasión de dirimir pequeños litigios personales, y hasta de “personalidad”, es responsabilidad suya.
¿Cuál es el resultado de este proceder? Ensuciar prestigios, desviar la investigación e imposibilitar hallar a los autores intelectuales de este asesinato mafioso. También imagino una sentencia que podríamos llamar “liviana”. (Que le hayan “entregado”, como usted me ha dicho, al autor material del crimen, debe tener un costo).
Preguntarme si se puede alcanzar todo esto por un raro talento para obtener lo contrario de lo que a usted le gusta proclamar, me obligaría a responder que no. No pienso que usted sea incapaz. Aunque lo sea no lo pienso.
Algun entusiasta dijo en su radio que lo odiamos. No le crea, sería establecer una relación que no tenemos. Sólo odio al que mandó matar a Felipe Glasman y a la máquina que perpetúa la impunidad.
Jorge Jinkis
P.D. Esta carta se la envío abierta porque usted, Long, no las abre, sella grabaciones, filtra y oculta información, impide el acceso a los legajos, manda archivar y cierra puertas. La llamada “transparencia de la función pública” con frecuencia se transmuta en la no menos famosa “política del avestruz”. ¡Pobre fama la del pájaro!, rápido pero no vuela. La gente piensa que esconde la cabeza para no ver, pero el pajarón cree no ser visto.
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