En una noche de septiembre de 1954, Marian Keech, una ama de casa de edad mediana del medioeste estadounidense, anunció que había recibido un mensaje de un planeta llamado Clarion, comunicándole que el planeta Tierra iba a ser destruido por una inundación catastrófica el 21 de diciembre. Según la Sra. Keech, el mensaje también señalaba que varios platos voladores de Clarion vendrían a rescatarla junto con los que aceptaran seguirla, momentos antes del cataclismo.
La revelación de la Sra. Keech atrajo a un grupo de ardientes seguidores. Algunos renunciaron a sus trabajos, vendieron sus posesiones, y distribuyeron sus ahorros. Otros abandonaron a sus amigos y familias y esperaron el final.
Próxima ya la medianoche del 20 de diciembre, la Sra. Keech y su grupo de seguidores se reunieron para esperar el arribo de las naves extraterrestres. Tal como la Sra. Keech había indicado, el grupo evitó llevar consigo objetos de metal y cualquier objeto que pudiera interferir con la operación de los platos voladores. Sin embargo, la medianoche llegó y pasó. Las naves no aterrizaron y el grupo empezó a sucumbir a la desesperación y la angustia. A las 4 de la madrugada la Sra. Keech empezó a llorar desconsoladamente.
¿Reconocía que había sido un fraude? ¿Una estúpida? ¿Una irresponsable?
No. A las 4:45 del 21 de diciembre, la Sra. Keech se recuperó. Embelezada, anunció que, gracias a su inconmovible fe y la de sus seguidores, Dios había salvado a la tierra del cataclismo. Sólo dos discípulos, que no habían vendido propiedades o dejado a sus familias, abandonaron al grupo. El resto comenzó frenéticamente a reclutar seguidores y pregonar la buena nueva. Querían mostrarle al mundo que la profecía se había cumplido con un resultado opuesto gracias a su fe.
Saber que se habían equivocado, los convirtió en verdaderos creyentes.…
En el año 2003, George W. Bush, presidente del Estado más rico que existió en toda la historia, dio la orden de invadir y ocupar Irak. Según Bush, Irak poseía armas de destrucción masiva que ponían en riesgo a las democracias occidentales, además de entender que su presidente, Saddam Husseim, había tenido participación en los atentados del 11/09/2001.
Pasaron varios años, y se hizo evidente, por los resultados de la guerra y los informes de diversos organismos de inteligencia, que Bush se había equivocado. Se había equivocado en que Saddam tenía armas de destrucción masiva, se había equivocado cuando lo ligó a los atentados del 11/9, y se había equivocado en que los iraquíes bailarían de alegría en las calles después de la ocupación.
¿Reconoció Bush que era un fraude? ¿Un estúpido? ¿Un irresponsable?
No. Cuando todas sus razones fueron desacreditadas, Bush encontró otras nuevas, sobre la base de las cuales solicitó más dinero y más tropas para invertir en la guerra. Irak no tenía armas de destrucción masiva, pero las hubiera tenido de no intervenir EEUU. Saddam no estaba ligado a Al Kaeda, pero la frustración de vivir en dictadura hacía de Irak un caldo de cultivo para el terrorismo. Los iraquíes no bailaron en las calles festejando la ocupación, porque los fondos y las tropas dedicadas a la reconstrucción de Irak no fueron suficientes.
Al momento de la publicación de esta entrada, la guerra en Irak había costado $497.217.339.794, y había dejado 89.051 iraquíes civiles muertos y 4.000.000 de personas en condición de refugiadas. Para sostener su convicción, Bush puso en juego su ya dañada reputación y la de su país, y, mucho peor, las vidas, el futuro y el patrimonio de los estadounidenses e iraquíes que quedaron en el medio del conflicto.
Saber que se había equivocado, lo convirtió en un verdadero creyente….
En el año 2005, y a pedido de la Asociación Médica de Bahía Blanca, la causa por el asesinato del Dr. Felipe Glasman pasó a la fiscalía de delitos complejos de la ciudad de Bahía Blanca, a cargo del fiscal Christian Long. Rápidamente, y según dice Long, después de una cuidadosa lectura del expediente, el joven fiscal implicó a la misma poderosa corporación médica que había solicitado el pase de la causa a su fiscalía, y la acusó usando testimonios y argumentos de los, aun más poderosos, competidores políticos de esa corporación. Para fortuna del fiscal, algunos sí creyeron que su posición en la investigación estaba huérfana de apoyo político, de modo que esta adquirió razonable credibilidad pública.
Para sostener su posición, el fiscal hizo importantes inversiones. Primero, atacó o denunció públicamente a todos los abogados de las partes, usando tácticas más propias de la inquisición que de la justicia democrática: repetición, demonización, inculpación por asociación, y pensamiento circular. Segundo, agravió a la víctima y puso en peligro el bienestar de su familia, creando conflicto entre sus miembros, además de establecer prioridades en cuanto a qué familiares tendrían relación con el ministerio público. Tercero, se prestó a que las cámaras lo filmaran, junto con 35 policías traídos de La Plata a costo del erario publico, ingresando a la entidad, supuestamente superpoderosa e hipermillonaria que había conducido Felipe Glasman, para luego filtrar a la prensa su más relevante descubrimiento: la agenda de una mujer tan dulce que la apodan Pinky (rosita). Finalmente, se aprovechó de la confianza de las víctimas, hacia las cuales tuvo actitudes deshonestas, arriesgándose a que se solicite su recusación, en la que se dispondrá si sus actitudes hacia las víctimas fueron, además de deshonestas, ilegales.
Como Marian Keech y sus seguidores, y como George W. Bush, el fiscal a cargo de la Causa Glasman es ahora un hombre convencido. Como ellos, estableció compromisos progresivamente más fuertes con su posición ante sí mismo y la comunidad. Para sostener su posición, puso en juego su reputación, su futuro, sus relaciones y su conciencia, además de la reputación, el futuro, y las relaciones de otras personas.
¿Tolerará Long que la opinión pública lo vea, o aun peor, verse a sí mismo, como un fraude, un estúpido, o un irresponsable, si la realidad le muestra que se equivoca?
¿O como George Bush y Marian Keech y sus seguidores, se convencerá más a medida que más equivocado esté?
Estar convencido no es lo mismo que tener convicciones. Un investigador convencido se impone a sí mismo como la verdad. Un investigador con convicciones duda de sí mismo para buscarla.
Un investigador convencido no investiga; condena y absuelve. Un investigador convencido no es un investigador.
LAURA GLASMAN
Y para los que gustan decir que las verdaderas víctimas de este crimen atacamos al Fiscal, notarán que le doy dos veces el beneficio de la duda. Primero, en cuanto a la honestidad de sus intenciones. Segundo, en cuanto a que asumo que su actual convencimiento no se debe a que ya se equivocó.
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ResponderEliminarLaura Glasman